El molino tradicional y sus elementos |
Elementos complementarios y actividades asociadas |
Los molinos rastreros eran de pequeño
tamaño, de una sola planta, cuadrada o rectangular, con paredes
de piedra y cubierta de losa, la mayoría, y de cuelmo en Busnadiego
y Piedras Albas.
Normalmente eran de un solo par de piedras y aprovechaban el agua de
zayas o molderas destinadas para el riego de prados y huertas. La mayoría
sólo molía en otoño e invierno, cuando el caudal
era suficiente.
Los maquileros disponían de su propia zaya y estanque para almacenar
el agua, por lo que realizaban su trabajo todo el año, y especialmente
al inicio del otoño cuando la cosecha se acababa de realizar
y el agua escaseaba.
Los rastreros aprovechaban la caída natural del agua a través
de estrechas y pendientes conducciones de madera para mover el rodezno.
Los maquileros, al disponer de estanques propios, aprovechaban la presión
del agua embalsada obteniendo mayor rendimiento.
Las zayas eran limpiadas anualmente por los comuneros antes del inicio
de los riegos y las presas sobre el río se reparaban en primavera
y verano para que el caudal fuera mayor.
La limpia
Esta es una máquina auxiliar que sólo la poseían ciertos molinos maquileros. Separaba del grano pajillas, espigas, chinas y otras semillas mediante cribas metálicas. Se activaba mediante una correa.
El cernidor o cernedor
Era un depósito de madera
grande y alargado, colgado del las vigas de aire, con dos ejes longitudinales,
uno superior con un esqueleto prismático de madera con una tela
de seda muy fina en su contorno para tamizar la harina, y otro inferior,
con un tornillo helicoidal sinfín que arrastraba lo tamizado
y que iba saliendo por cada una de las piqueras situadas en la base
del cernedor, la harina de primera, segunda o la tercerilla, y el salvado
(cáscara del grano de los cereales desmenuzada por la molienda).
Para llevar la harina al cernedor disponía de dos columnas huecas
en cuyo interior se movía una correa con pequeños vasos
que recogían la harina que caía en ellos desde un canal
que la traía de las muelas y la echaban en la parte superior
en otro canal que la conducía al cernedor. El movimiento de las
poleas de vasos y cernedor se realizaba mediante correas acopladas al
eje diferencial.
Actividades asociadas
Pisón o batán
El pisón era un artilugio usado para dar cuerpo a los paños y otros tejidos de lana. El rodezno era vertical y el eje horizontal con unos mazos que golpeaban el paño. Hoy se conservan topónimos con nombres como El Pisón (en Chana, en Andiñuela ...).
La
dinamo
La dinamo, acoplada al rodezno, producía electricidad generalmente
por la noche. En Pobladura, el molino del tío Angel producía
una débil corriente para todo el pueblo y en Chana, Pablo Martínez
la tenía para la familia.
La turbina
En algunos casos, aprovechando el salto de agua, se complementaba el molino con una turbina que movía los elementos de una serrería y un taller de carpintería. En Chana, Pablo Martínez y sus herederos y en Filiel, Alejo, disponían de estas actividades.
Muchos eran los molinos que había en las
riberas de los ríos y regueras. Los molinos rastreros pertenecían
a una comunidad del pueblo. Cada comunero disponía de días,
medios o cuartos de día para poder moler. Estas velías
pasaban de padres a hijos. En la margen izquierda del Duerna hubo
abundantes molinos de este tipo hasta finales del siglo XX.
En Pobladura existió el del tío Ángel, que terminó
produciendo la luz para el pueblo y otros dos más, aún
en funcionamiento.
En Chana de Somoza, en el paraje de Las Charcas, al lado mismo del
río Duerna, se encontraba la Maquinina, trasladada a su actual
emplazamiento de La Magdalena en los años treinta, aún
en activo; en La Puente, junto al puente de madera, hubo otro funcionando
hasta los años sesenta; En El Cereiro, el del tío José,
llamado el Pisón porque se utilizó para pisar el lino;
en La Magdalena, a treinta pasos al poniente de la actual Maquinina,
aún hay restos de otro de vecinos de Busnadiego y luego de
Pablo Martínez, ya desaparecido en los años treinta,
y los tres de Valdespino, de vecinos de Piedras Albas. Además
de estos existían dos maquileros, con autorización oficial,
el del Manco en Las Charcas y el de Pablo Martínez en El Mayán.
En Filiel hubo dos, ambos maquileros, los de Alejo Alonso y el tío
Domingo; en Boisán el del tío Guillermo y La Molinica
de Jerónimo de Villalibre.
En el río Cabrito, afluente del Duerna, existieron varios rastreros:
el Calabazo, el del tío Zoquita, Los Llobos (aún funciona)
y el del Cristo, y uno maquilero, la Máquina de Aurelio Alonso.
En Busnadiego, en la reguera de Carrizo, en la confluencia de los
arroyos de La Devesa y El Valle hubo tres, uno aún en pie.
Piedras Albas tuvo uno en el arroyo de La Devesa, más arriba,
a la derecha de la actual carretera que une estos dos últimos
pueblos.
Las personas acudían al molino rastrero con el cereal en quilmas
o fuelles en carros o caballerías los días que les correspondía
y se encargaban de ponerlo en marcha y demás faenas. Si acudían
al maquilero era su dueño quien realizaba las faenas propias
del oficio, tomándole a cambio como sueldo la maquila, en dinero
o mediante una cantidad en grano (en cuartillos) estipulada por cada
cuartal.
En los maquileros, descargado el grano, se pasaba a la limpiadora
si era para consumo humano, o iba directamente a la tremuya, de la
que iba cayendo al hueco cilíndrico abierto en el centro de
la piedra superior, y de aquí, mediante unos canales en forma
radial, se iba extendiendo entre las dos piedras, triturándose
hasta convertirse en harina, que, o caía al farnal si su destino
era para alimento animal, o a un sistema de vasos sinfin que la elevaban
al cernedor, donde, mediante un cilindro envuelto con una tela de
seda se separaba la harina del salvado. La primera, según su
calidad (de primera, segunda o tercerilla) caía por las piqueras
a los sacos arrastrada por el sinfin y el salvado, al final, hacía
lo propio. Acabada la molienda y cobrada la maquila, se llevaba al
carro o caballería y se regresaba a casa.
El picado de las piedras se hacía in situ a mano. Se levantaba
la superior mediante la media luna, se trasladaba a un lado y se volteaba,
momento en el que comenzaba la faena mediante las picas.
En el de Pablo Martínez era muy corriente que coincidiesen
en el molino varios vecinos, especialmente de los pueblos de la comarca,
organizándose improvisadamente tertulias y hasta bailes maragatos
muy animados. En los años cuarenta y cincuenta parecía
una romería por el número tan elevado de personas que
acudían a moler.
Muelas
Disponían de dos muelas o
piedras cilíndricas apoyadas sobre cuatro vigas de roble formando
un cuadrado e incrustadas unas en otras; la inferior o solera era fija
y la superior o volandera realizaba la rotación. En los molinos
tradicionales las piedras eran moralizas,
extraídas de las canteras del “país”. Para
mejorar la molienda, los molinos maquileros incorporaron piedras francesas,
de cuarzo y cinchadas, con un diámetro de unos 140 cm ( la Maquinina
de Chana, con muelas también francesas, las tenía más
pequeñas, de un metro). La calidad de la harina no se debía
sólo al tipo de piedras o a la clase de cereal, sino al buen
estado del dibujo existente en la superficie de las muelas.
Este dibujo constaba de unos surcos rectos completos y de otros más
cortos, distribuidos alternativamente en forma radial y de un granulado
entre ellos que había que recuperar periódicamente. Esto
se conseguía con el picado mediante unos martillos especiales,
picas, de dos cortes. Para ello, se levantaba la muela superior, se
giraba y se trasladaba al lado, sobre dos tablones mediante palancas
y cuñas; modernamente este trabajo se realizaba mediante una
cabria, con piezas metálicas en media luna en cuyos extremos
libres tenían un agujero para ensamblar un espigo metálico
que igualmente encajaba en sendos agujeros, diametralmente dispuestos,
de la piedra. Montada así la muela, accionadas las citadas piezas
por un tornillo, se izaba sin apenas esfuerzo, se volteaba y se disponía
para el picado.
Caja o tambor
Para tapar la muela superior se disponía
de una caja o tambor de madera, generalmente en forma octogonal, donde
se fijaba el carro con la tremuya y la canaleja.
En el ojo de la volandera se hallaba el mecanismo que unía ésta
con el eje o árbol del rodezno y que transmite el movimiento
a la piedra. Este mecanismo está formado por una pieza de hierro
(lavija) incrustada diametralmente en el ojo de la volandera y que se
encaja en otra pieza cilíndrica (gorro) también de hierro
asimismo insertada en el eje en los molinos maquileros. Este mecanismo
era de madera en los rastreros, ajustándose las piezas con pinas
por lo que su duración era corta.
Eje
o árbol
Era de madera de roble en los antiguos y de hierro en los más
modernos. En su parte inferior sostenía al rodezno, fijado mediante
cuñas al árbol si era éste de madera o con un pasador
si era de hierro. El eje, al girar sobre la rangua, empotrada en una
viga de madera de roble llamada puente que atravesaba el cárcavo,
lo hacía mediante un puntero de hierro (en los modernos de bronce
ambos). El puente apoyaba su extremo derecho (mirando desde el exterior)
en un hueco de la pared y el izquierdo libre con un cincho de hierro,
dentro de otro hueco en la pared opuesta. Unido a ese cincho mediante
una argolla existía un tirante o aliviadero, modernamente de
hierro, que terminaba al lado de la caja de las muelas en un roscado
con tuerca. Desde aquí, mediante una llave fija, se bajaba o
levantaba el puente y con él la muela superior para obtener una
harina más o menos fina, más o menos velocidad o desembragar
las muelas cuando el movimiento del rodezno se usase para otros fines,
como mover una afiladera de esmeril, la limpia o para producir energía
eléctrica mediante una dinamo.
El rodezno (ampliar los dibujos pulsando con el ratón sobre ellos)
Era de hierro, hecho por herreros y más tarde en talleres especializados. Era una pieza cilíndrica, situada en la parte inferior del eje. En los que el árbol era de madera, el rodezno disponía en su centro de un agujero cuadrado de unos 20 cm de lado para que ambas piezas quedaran fijadas con la ayuda de unas pinas también de madera; en los de eje de hierro ese agujero, de unos 8 cm de diámetro, permitía ensamblarlas mediante un pasador. En su interior, dispuestas radialmente, presenta unas láminas verticales (álabes), en los más modernos curvas, en las que al incidir el agua procedente del canal provocan un movimiento de giro que se transmitía a la muela volandera mediante el eje. El rodezno de Pablo Martínez tiene forma de tronco de cono con la base mayor en el reverso y los álabes curvos.
Farnal
El farnal era el cajón, adjunto al tambor, que recogía
la harina que iba saliendo de las muelas y desde donde el molinero llenaba
los sacos y fuelles de los clientes.
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