Antiguamente en los pueblos maragatos algunos vecinos se reunían al calor del fuego para, mientras las mujeres hilaban o hacían calceta y los hombres hacían galochas u otros instrumentos, contar historias y leyendas de la zona. Esa constumbre que en zonas cercanas se llamaba Filandón en la nuestra tenía el nombre de SERANO.

En esta sección queremos contar contigo para entre todos recuperar parte de aquellas historias que, seguro, aun conocen nuestros abuelos. Por ello te invitamos a participar para pronto poder contar con un buen número de relatos, leyendas y cuentos de la comarca.

 
Bájalas
Leyendas del Santo Cristo de Molina
LEYENDA DEL SANTO CRISTO DE LA VERA CRUZDE MOLINAFERRERA
LA CAPA DEL CRISTO
LAS PUERTAS DEL CRISTO
Volví, Víctor Manuel Simón
  Relato de un amigo; desde Argentina (Juan Oscar Otero)

 

El País de los Maragatos
El Serano
Para honrar la ESTIRPE MARAGATA, debemos meternos dentro de ella; no es rondando la fuente como se bebe la pureza del manantial. De igual manera, nunca será posible dar una idea exacta de todo lo grande y maravilloso que encierra; hay que vivirla, embriagarse con su belleza; hay que dejar perder la vista desde las MURALLAS DE ASTORGA, la " bimilenaria" , hasta los intrincados valles del MOZA, "rey de montes".

Es preciso admirar su cielo lujurioso de azul y primorosamente bordado de nubes. Es menester dulcificarse el alma en los meandros caprichosos de sus ríos , en ocasiones escondidos bajo cantos y "geijos"; en otras, apenas remansos, donde se nutren deliciosos berros; o en "reguerinas" donde ondulan cual verdes cabelleras los "lamariacos". Pero cuando lo manda el " Petreo gigante", torrente implacable con ansias de mar invadiendo riberas y prados. Y es ese emblemático monte sagrado de maragateria "EL TELENO", al que debemos reverencia aprendiendo a cincelarnos la mirada con su grandiosidad y colorido, ora con la blancura de sus nieves, ora con el verdor de sus brezos y encinares.

Es inevitable también percibir en toda su grandiosidad el paisaje, sin amalgamarse con el esfuerzo del trabajo de sus hombres, sentir el relajamiento del descanso; regalarse el alma con las melodías de su música; seguir la cadencia de sus danzas; participar de sus meriendas y compartir los afanes e ilusiones de los que viven en esos ambientes sencillos, sin artificios, sin mezquindades.

Es inútil tratar de plasmar toda esa grandeza, hay que palpitarla, hay que conocer la fuente para interpretar la claridad de sus aguas y gustar de su dulzor o de su amargura.

Es en las onduladas llanuras de maragatería donde uno puede ser punto central de un círculo inmenso, cuando el viajero siente todo lo noble, majestuoso y austero de las tierras que pisa; tierras que dieron escenario a epopeyas en las que se mezclaron bravos y héroes, prudentes y sabios, esforzados y poetas; tierras de leyenda y de historia de infantes y caballeros de pro, en las armas, en las letras y en la virtud.

En otras zonas la serranía tratando de emular a la alta montaña, hace intentos de levantar cumbres para tocar el cielo. Es aquí, donde en las tardes, el lucero suele posarse en la cumbre de algún teso, haciendo de esta pétreo engarce para su temblorosa blancura de diamante; y de ese sitial, cuando el sol se ha perdido detrás de gastadas sierras, cuando el breve crepúsculo se confunde con la tranquila y oscura noche, surge majestuoso desprendiendo su cristalino fulgor sobre la cansada tierra, invitándola a soñar. Y confundido con la tierra, el hombre inunda su alma por la purificadora luz: piensa, sueña y ama.

Ante este espectáculo tan etéreo, tan sencillo y tan solemne a la vez, se amalgama con el paisaje en todas sus formas, comprendiendo en ese instante, en que el alma se despoja de todas las bajezas y mezquindades del mundo, lo infinitamente hermosa que es la existencia, en una sociedad sin artificios, tal como lo brinda la naturaleza.

Y al amanecer, cuando la noche se va, dorando en sus espirales más remotas, cuando asoma la risueña claridad por los lejanos términos, cuando el imponente vuelo de las cigüeñas, parece perseguir a las huidizas nubes, cuando el primoroso trino del jilguero parece decir con alegría, al trabajo..!; los hombres, mujeres y niños todavía somnolientos salen de sus casas bajo un rechinar de portillos y se pone en marcha un nuevo día.

Bajo ese cielo y sobre esa tierra, la vida transcurre en la placidez, en la incertidumbre y en la lucha, como consecuencia natural del medio, con ese sol que calcina, el frío que entumece, la lluvia que cala, la niebla que ciega o la noche desamparada blanqueada por la nieve.

Ante estos recuerdos, surgen otros mucho más caros a mis sentimientoss de la tierra de mis mayores, vienen a mi memoria sus pueblos, donde el paso del tiempo parece haberse detenido: sus ancestrales casas de piedra rojiza, con techumbre de teja y "sobera"; sus calles con peña a flor de suelo, salpicadas del "rastro" de paja que anuncia amores solariegos o amoríos apresurados, sus huertas que se doran con la madurez de las mieses que prometen y dan pan.

Tierra de mi sangre prodigiosamente creadora de ilusiones y ensueños, realidades y leyendas, corajes y tesones.

Surgen así personas y cosas profundamente guardadas en mi corazón. Personas, cosas, lugares, paisajes y melodías aureoladas de reminiscencias que se hacen fuentes de ternura en mi alma ; y escucho el alarido del viento invernal, el fragor de la tormenta, el rumor de la lluvia y el tremendo estrépito el rayo.

Traídos por la añoranza, veo iluminadas de sol y de plata de luna las praderas, ora azotadas por las heladas y las nieves , trayendo desasosiegos y angustias, ora inundándose con el verdor de la hierba. Veo en el recuerdo la nube que corre sin prisa y sin pausa, armándose y deshaciéndose sin cesar por el enorme campo celeste, la veo cambiando de color y forma, y veo el cúmulo alucinante quemando sus blancas crestas el sol poniente.

Oigo el tintineo de los esquilones dando notas monocordes, haciendo coro el balido de las majadas y el ladrido de los perros, sin raza definida pero ovejeros de ley. Me parece escuchar el repiquetear de cascos de mulas por la carretera y ver a un maragato sentado en un carromato, con los ojos encelestados por el azul del cielo.

Escucho el sonido confuso y estridente de sus fábricas, convirtiendo la blanca y esponjosa lana en abrigadas mantas de vistosos colores. Veo correr las lanzaderas, huidizas como ratoncillos por una viga, dejando tras de si, la estela que de poco a poco va convirtiendo en realidad esas magníficas obras de artesanía. Me aturde el "diablo" despedazando los vellones, con un ronquido de gigante. Me ensordece el fragor rítmico, parecido al de la madre tierra de los mazos del "pisón" amasando la fortuna de un pueblo feliz. No se puede olvidar el despiadado enfrentamiento de centenares de engranajes que se muerden unos a otros y de sus chirridos pidiendo aceite.

Imposible dejar de añorar las melodías de su música, generada por instrumentos rudimentarios, pero no faltas de ancestral belleza y melancolía en sus sones.

Recuerdo la cadencia de sus danzas, el vivoreo de las cintas, el vuelo de los pañuelos como alas de pájaro juguetón, la gracia de menear de los manteos y el acrobático salto de la "zapateta".

Veo, oigo y siento MARAGATERIA lejana. Pienso en esa TIERRA.


Yago